
Thomas Cole, The Course of Empire: Destruction, 1836, óleo sobre lienzo, New-York Historical Society, Nueva York, Estados Unidos.
a pregunta no es trivial. Resulta esencial para comprender y situarnos en el periodo que será objeto de estudio en Edda Oscura, pero también para reflexionar sobre cuándo comienza y cuándo termina la Edad Media. La historiografía tradicional (tal como se enseña en Secundaria, Bachillerato y en los primeros cursos universitarios de Historia) suele fijar su inicio en el año 476 d.C., con la caída del Imperio romano de Occidente, y su final entre fechas emblemáticas: la invención de la imprenta hacia 1450, la caída de Constantinopla en 1453 o el descubrimiento de América en 1492.
Estas referencias cronológicas ofrecen una visión general del periodo, pero son, en realidad, convenciones útiles más que fronteras absolutas. La historiografía contemporánea, influida por autores como Peter Brown y Jacques Le Goff, ha superado la idea de rupturas tajantes para entender tanto el inicio como el final de la Edad Media como procesos de larga duración, en los que el mundo antiguo se transforma gradualmente hasta dar origen al medieval, y este, a su vez, se diluye lentamente en la modernidad.
La Tardoantigüedad y el inicio de la Edad Media
Durante siglos, la historiografía —desde Edward Gibbon en el siglo XVIII— interpretó el fin de Roma como una catástrofe civilizatoria. Su obra monumental The History of the Decline and Fall of the Roman Empire (Gibbon 1993 [1776–1789]) estableció la idea de un ocaso del mundo antiguo debido a la corrupción moral, la pérdida de virtudes cívicas y la influencia del cristianismo.
Esta lectura, heredera del racionalismo ilustrado, reforzó la visión negativa de la Edad Media como una “edad oscura” (dark age) surgida tras el colapso del Imperio romano.
A partir del siglo XX, la historiografía comenzó a cuestionar esta interpretación. El historiador irlandés Peter Brown (n. 1935) revolucionó el estudio del paso de la Antigüedad al Medievo con su obra The World of Late Antiquity (Brown 1971). Frente a la idea de decadencia, Brown propuso una visión de continuidad y creatividad: la Tardoantigüedad no fue el final del mundo clásico, sino el nacimiento de una nueva civilización, caracterizada por la fusión entre el legado romano, las culturas germánicas y el cristianismo.
Según Brown (1971), la Tardoantigüedad (150–750 d.C.) fue un proceso de transformación cultural, no un colapso. El cristianismo actuó como fuerza de cohesión y renovación, integrando tradiciones paganas en nuevas formas simbólicas. Se produjo una reconfiguración de las élites, de la aristocracia cívica romana a una aristocracia cristiana y eclesiástica, y el cambio de mentalidades fue clave para entender el paso del mundo antiguo al medieval. Como afirma el propio autor, “The transformation of the Roman world was not a death, but a metamorphosis” (Brown 1971, 7).
La historiografía actual, en diálogo con Brown, considera el inicio de la Edad Media como un proceso de larga duración estructurado en tres ámbitos de cambio.
En el plano político, entre los siglos III y V, el Imperio se reconfiguró bajo los emperadores reformadores (Diocleciano, Constantino, Teodosio), sentando las bases de nuevas formas de poder personal y religioso.
En el plano social y económico, el mundo urbano y esclavista dio paso a una economía agraria y señorial; las ciudades se redujeron a núcleos administrativos y religiosos, y los terratenientes tardoantiguos se convirtieron en los futuros señores medievales.
En el plano cultural y religioso, la expansión del cristianismo —legalizado por Constantino (313) y oficializado con Teodosio (380)— reconfiguró la cultura europea, sustituyendo las instituciones cívicas por estructuras eclesiales. La Iglesia asumió la función de conservar la herencia clásica y transmitirla en clave cristiana (Brown 2012).
En las últimas décadas, la historiografía anglosajona ha matizado el optimismo de Brown. Bryan Ward-Perkins, en The Fall of Rome and the End of Civilization (Ward-Perkins 2005), defendió una visión más crítica, subrayando la violencia y el colapso material del mundo romano. Peter Heather, en The Fall of the Roman Empire (Heather 2006), insistió en el impacto destructivo de las invasiones bárbaras, aunque reconociendo procesos de adaptación.
Pese a estas revisiones, la mayoría de los historiadores coinciden en que la categoría de Tardoantigüedad es esencial para entender la continuidad entre la Antigüedad y la Edad Media. Entre los siglos III y VIII, Roma deja de ser un imperio universal para convertirse en una pluralidad de reinos cristianos; el latín evoluciona hacia las lenguas romances; el mundo urbano cede protagonismo al campo y al monasterio; y la autoridad imperial es reemplazada por la espiritual de la Iglesia.
Así, el comienzo del Medievo no fue una caída, sino una síntesis original entre la herencia romana, el cristianismo y las culturas germánicas.
La larga Edad Media y su final
La historiografía contemporánea supera la idea estanca de periodizaciones cerradas y considera que tanto el inicio como el final de la Edad Media son fruto de un proceso de larga duración, con fuerte influencia de la escuela de los Annales (Le Goff 2010). Según estos autores, hubo un paso lento hacia la modernidad, no un final abrupto.
La interpretación clásica fue de ruptura. Los humanistas y renacentistas (Leonardo Bruni, Flavio Biondo) y posteriormente los ilustrados, concibieron el final del periodo medieval como una superación de la oscuridad del pasado. Este binomio (Edad Media – Renacimiento) consolidó la idea de una época decadente y supersticiosa frente al despertar del humanismo clásico. El historiador suizo Jacob Burckhardt, en La cultura del Renacimiento en Italia (Burckhardt 2015 [1860]), fijó esta visión al definir el Renacimiento como el nacimiento del individuo moderno y el paso de la sociedad teocéntrica a una antropocéntrica.
Desde mediados del siglo XX, la historiografía francesa —con Marc Bloch y Jacques Le Goff— revisó esta idea, mostrando que muchas estructuras medievales (religiosidad, jerarquías, mentalidades rurales) persistieron hasta bien entrado el siglo XVI. En La larga Edad Media (Le Goff 1988), el autor defendió que la Edad Media no termina en 1453 ni en 1492, sino que se diluye gradualmente en la modernidad. Así, el humanismo y las reformas religiosas no serían rupturas, sino evoluciones internas del Medievo.
Autores como Johan Huizinga, en El otoño de la Edad Media (Huizinga 2014 [1919]), ofrecieron una visión cultural y simbólica del final del periodo. Para él, el siglo XV fue una edad de esplendor y decadencia simultánea, donde la cultura borgoñona y flamenca representaban un “canto del cisne” del mundo medieval. Huizinga rechazó la visión de una Edad Media oscura y mostró su final como un momento de intensa creatividad y transformación.
En la historiografía actual del siglo XXI se ha adoptado un enfoque global y multidisciplinar, superando el eurocentrismo. Se habla de transiciones a la modernidad en plural, atendiendo a las particularidades regionales —reinos ibéricos, Mediterráneo oriental, Europa central— y a los factores globales como los intercambios comerciales, la expansión atlántica o el surgimiento del capitalismo mercantil. Patrick Boucheron, Chris Wickham o José Ángel García de Cortázar destacan que el final de la Edad Media no puede comprenderse sin estos procesos de globalización cultural y económica (Boucheron 2017; Wickham 2017; García de Cortázar y Sesma 2005).
Conclusión
En conclusión, tanto el inicio como el final de la Edad Media deben entenderse como procesos de larga duración, caracterizados por la transformación de estructuras y mentalidades más que por rupturas.
La historiografía actual muestra que entre los siglos III y XVI coexistieron elementos antiguos y modernos: la metamorfosis de una sociedad teocéntrica y agraria hacia un mundo antropocéntrico, mercantil y estatal, en el que las raíces medievales permanecieron bajo nuevas formas.
La Tardoantigüedad y la “larga Edad Media” representan así las dos caras de un mismo proceso histórico: la continuidad creadora del mundo europeo desde la caída de Roma hasta los albores de la modernidad.
Bibliografía
Boucheron, Patrick. Historia del mundo en el siglo XV. Barcelona: Paidós, 2017.
Brown, Peter. The World of Late Antiquity: AD 150–750. London: Thames & Hudson, 1971.
Brown, Peter. Through the Eye of a Needle: Wealth, the Fall of Rome, and the Making of Christianity in the West, 350–550 AD. Princeton: Princeton University Press, 2012.
Burckhardt, Jacob. La cultura del Renacimiento en Italia. Madrid: Alianza Editorial, 2015 [1860].
Cameron, Averil. The Mediterranean World in Late Antiquity (AD 395–700). London: Routledge, 2011.
García de Cortázar, José Ángel, y José Ángel Sesma. La Edad Media: una síntesis interpretativa. Madrid: Alianza Editorial, 2005.
Gibbon, Edward. The History of the Decline and Fall of the Roman Empire. London: Penguin Classics, 1993 [1776–1789].
Heather, Peter. The Fall of the Roman Empire: A New History of Rome and the Barbarians. Oxford: Oxford University Press, 2006.
Huizinga, Johan. El otoño de la Edad Media. Madrid: Alianza Editorial, 2014 [1919].
Le Goff, Jacques. La civilización del Occidente medieval. Barcelona: Paidós, 1988.
Le Goff, Jacques.. La larga Edad Media. Barcelona: Paidós, 2010.
Ward-Perkins, Bryan. The Fall of Rome and the End of Civilization. Oxford: Oxford University Press, 2005.
Wickham, Chris. Medieval Europe. New Haven: Yale University Press, 2017.
Wickham, Chris. The Inheritance of Rome: A History of Europe from 400 to 1000. London: Penguin Books, 2009.
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