n los últimos días, un profesor (del que tuve la suerte de disfrutar profundamente sus clases; dejo aquí el enlace a sus trabajos y a su trayectoria académica
en la Universidad de León
) me hizo llegar un artículo dedicado a la expansión de Cluny por la Península Ibérica. Lo que más me llamó la atención de este estudio es que, cuando analizamos grandes movimientos culturales o transformaciones artísticas, solemos fijarnos en sus manifestaciones monumentales (la arquitectura, las estructuras políticas, las grandes reformas institucionales) y con frecuencia olvidamos que esas mismas dinámicas se revelan también en gestos sutiles, en detalles litúrgicos o devocionales que, aunque menos visibles, poseen una enorme capacidad transformadora. Precisamente ahí radica el interés del trabajo de José Luis Senra, quien demuestra cómo un elemento aparentemente discreto dentro del vasto panorama de la reforma gregoriana (el culto a María Magdalena) se convirtió en un vehículo privilegiado para comprender la profundidad del influjo cluniacense en los reinos de León, Castilla y Galicia entre finales del siglo XI y las primeras décadas del XII.

Mapa de los centros magdaleneanos (ca. 1080–1140). Fuente: José Luis Senra, “María Magdalena and the Cultural Politics of Cluniac Reform in the Iberian Peninsula,” Gesta 62, no. 2 (2023): 220. © University of Chicago Press.
El artículo analiza cómo la figura de la Magdalena, central en la exégesis occidental como apostola apostolorum y primera testigo de la Resurrección, llegó tardíamente al noroeste peninsular, pese a estar ya consolidada en el resto de Europa desde el siglo IX. Fue la adopción del rito romano, el influjo de Cluny y la afluencia de clérigos borgoñones durante el reinado de Alfonso VI lo que posibilitó la introducción de su culto, vinculado a nuevas formas litúrgicas y a una sensibilidad teológica distinta de la tradición visigótica previa. A través del estudio de altares, iconografía y programas arquitectónicos (desde la catedral de Santiago hasta Sahagún, San Zoilo de Carrión o San Juan de la Peña), el autor muestra cómo la devoción a la Magdalena actuó como un termómetro de las transformaciones culturales asociadas a la reforma.

Noli me tangere”, marfil leonés (ca. 1115–1120). Metropolitan Museum of Art.
Fuente: https://www.metmuseum.org/es/art/collection/search/464443
Resulta especialmente revelador observar cómo este fenómeno, que en apariencia podría parecer secundario, cristalizó en formas artísticas concretas: marfiles, portadas, ábsides pintados o ciclos pascuales donde la escena del Noli me tangere adquiere un papel central. Estos testimonios visuales no sólo expresan una sensibilidad devocional transmitida desde Cluny, sino que encarnan, en su propia materialidad, la difusión de una nueva teología de la presencia, de la visión y del tacto, cuyo eco se extendió por la Península de la mano de la reforma litúrgica.

Noli me tangere”, detalle de las puertas de Bernward, Catedral de Hildesheim, ca. 1010–1020. Fotografía: © José Luis Senra. Publicado en Gesta 62, n.º 2 (2023), p. 229.
Por todo ello, el artículo que comparto ( https://www.journals.uchicago.edu/doi/abs/10.1086/726039 ) constituye un ejemplo magnífico de cómo la historia cultural de la Edad Media no puede explicarse únicamente desde la monumentalidad, sino también desde esos pequeños vectores de transmisión simbólica. A través del seguimiento del culto a María Magdalena, Senra demuestra que la influencia cluniacense no fue sólo institucional o arquitectónica, sino también espiritual, sensorial y visual, y que en la Península Ibérica dejó un rastro profundo en la configuración de espacios, imágenes y prácticas litúrgicas.
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